Aprendiz de viajero, Al Berto
Aprendiz de viajero
Traducción: nuria p.serrano, ÍndigoHorizonte 2013.
Original: Al Berto en O Anjo Mudo.
Traducción: nuria p.serrano, ÍndigoHorizonte 2013.
Original: Al Berto en O Anjo Mudo.
Un día leí en un libro: “Viajar
cura la melancolía”.
Creo que, a esa altura, creí en
lo que leía. Estaba enfermo; tenía quince años. No me acuerdo de la enfermedad que me postró en la cama; apenas recuerdo la impresión que me causó entonces lo que
acababa de leer.
Pasaron los años como se apagan
las estrellas fugaces y, aún hoy, no sé si viajar cura la melancolía. Sin
embargo, persiste en mí aquella extraña impresión de que fue una
predestinación.
La verdad es que desde los quince
años nunca más dejé de viajar. Atravesé ciudades inhóspitas, me perdí entre
mares y desiertos, me mudé de casa cuarenta y cuatro veces y conocí cuerpos que
deambulaban por la noche vaga… Avancé siempre, sin destino cierto.
Todo comenzó tras aquella
enfermedad.
Era aún noche cerrada. Me levanté
y partí. Fui en dirección al mar. Vi romper las olas, recogí
conchas, bordeé acantilados; me alejé de casa lo más que pude. Vi la mañana
erguirse, blanca, y abrazar una isla; vi crepúsculos y noches sobre un río, amé
la existencia.
Dormía donde podía: en medio de
las dunas, enroscado en un tojo, como un animal; dormía en un pinar, o donde me
diesen abrigo: en graneros, en garajes abandonados, en una cama…
Y cuando regresé, regresé con el
ansia del eterno viajero dentro de mí.
Hoy sé que el viajero ideal es
aquel que, en el transcurso de la vida, se ha ido despojando de las cosas materiales
y de las tareas cotidianas. Ha aprendido a vivir sin poseer nada, sin un modo de vida. Camina, así, con la
levedad de quien lo ha abandonado todo. Deja que el corazón se apasione por el paisaje pues el alma, en el soplo de la madrugada, se recompone de las
aflicciones urbanas.
Poco a poco, aprendí que ningún
viajero ve lo que otros viajeros ven al pasar por los mismos lugares. La
mirada de cada uno sobre las cosas del mundo es única; no se confunde con la
de nadie más.
Viajar, si bien no cura la melancolía, al menos, purifica. Libera al espíritu de lo que es superfluo e inútil; y
el cuerpo reencuentra la armonía perdida, entre el hombre y la tierra.
El viajero aprendió, así, a
cantarle a la tierra, a la noche, a la luz, a los astros, a las aguas y a las
tinieblas, a los pájaros y a las plantas. Aprendió a nombrar el mundo.
Separó con una línea de agua lo
que en él había de sedentario de aquello que era nómada; sabe que el hombre no
fue creado para quedarse quieto. La sedentarización lo empobrece, le seca la
sangre, le mata el alma, estanca el pensamiento.
Por todo esto, el viajero escogió
el lado nómada de la línea del agua. Vive allí, y canta, sabiendo que la vida
no habrá sido un abismo, si consigue que su canto (o trazos de él) lo una de
nuevo al Universo.
nuria p.serrano, ÍndigoHorizonte 2013, de las imágenes y de la traducción de este texto de Al Berto, cuyo original Aprendiz de viajante puede leerse en en O anjo Mudo (Ediciones Assírio & Alvim, Tercera Edición, Marzo 2012, ISBN 978‑972‑37‑0519‑5).